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.-Ventanas de cristal esmerilado -murmuró Elaine mientras lo miraba.Ventanas de cristal esmerilado -repetí-.Los adultos pagan cinco centavos y los niños entrangratis.John Coffey tocó el ratón del mismo modo que te tocó a ti.No se limitó a curar tuenfermedad, también te hizo.cómo decirlo, ¿resistente?-Es una palabra tan buena como cualquiera.-Resistente a las cosas que hacen que nos desmoronemos como los árboles con termitas.Loque hizo contigo, lo hizo con él.con Cascabel.el día que lo cogió entre sus manos.-Así es.Creo que el poder de John obró el milagro, pero el efecto está desvaneciéndose.Lastermitas han conseguido atravesar nuestra corteza.Necesitaron algo más de tiempo, pero llegaron.Es probable que me queden algunos años, pues supongo que los hombres vivimos más que losratones, pero la hora de Cascabel está muy cerca.El animalito llegó junto al carrete, lo rodeó cojeando, cayó de lado respirando agitadamente(sus jadeos parecían olas bajo la piel grisácea), se levantó otra vez y empujó el carrete con elhocico.Su piel era gris, su paso inseguro, pero las gotas de aceite de sus ojos conservaban todo suesplendor.-Crees que quería que escribieras tu historia -dijo-, ¿verdad, Paul?-No creo que sea Cascabel -respondí-, sino la fuerza que.-¡Vaya, Paulie! ¡Y Elaine Connelly! -exclamó una voz detrás de mí.Era una voz cargada deuna especie de horror satírico-.¡Ver para creer! ¿Qué demonios estáis haciendo aquí?Me volví y no me sorprendió ver a Brad Dolan en el vano de la puerta.Sonreía como quiencree haber engañado a otra persona.¿Cuántos kilómetros habría conducido al terminar su turno?Es probable que sólo llegase a la taberna y se tomara un par de cervezas antes de regresar.-Márchese -dijo Elaine con frialdad-.MáTchese ahora mismo.-No me diga que me marche, vieja zorra -dijo él sin dejar de sonreír-.Tal vez puedadecírmelo en la colina, pero no aquí abajo.Se supone que no tienen que estar aquí.Han roto lasnormas.¿Es tu nidito de amor, Paulie? ¿Es eso lo que haces aquí? Eres el playboy del asilo.-Abrió desorbitadamente los ojos al ver al otro ocupante del cobertizo-.¡Mierda!No me volví.No necesitaba mirar para saber qué había allí.Por otra parte, era como si elpasado acabara de plegarse sobre el presente, formando una imagen terrible, tridimensional.Elhombre de la puerta ya no era Brad Dolan sino Percy Wetmore.Al cabo de un instante entraríacorriendo y aplastaría a Cascabel (que ya no tenía posibilidades de escapar) de un pisotón.Y estavez John Coffey no estaría allí para rescatar al ratón de la muerte, como tampoco estaba allí el díaen que lo necesité, en Alabama.Me puse de pie, en esta ocasión sin que las articulaciones ni los músculos me dolieran, y meacerqué a Dolan.-Déjalo en paz.Déjalo en paz, Percy o.-¿Por qué me llamas Percy? -preguntó al tiempo que me empujaba con tanta fuerza que apunto estuve de caer.Elaine me sostuvo, aunque debió de suponer un gran esfuerzo para ella-.Noes la primera vez que lo haces.Y deja de cagarte en los pantalones, pues no pienso tocarlo.Nonecesito hacerlo.Ese ratón está muerto.Me volví, creyendo que Cascabel sólo se había tendido de lado para recuperar el aliento,como hacía a menudo.Estaba de lado, es cierto, pero el movimiento regular de su respiración sehabía detenido.Intenté convencerme de que aún lo veía, pero entonces Elaine se echó a llorar.Seagachó con evidente dolor y recogió el ratón que yo había visto por primera vez en el pasillo de lamuerte, acercándose a la mesa de entrada sin el menor indicio de miedo, como un hombre que visita a sus amigos.Cascabel permaneció inmóvil en las manos de Elaine.Tenía los ojos cerradosy estaba muerto.Dolan esbozó una sonrisa desagradable, mostrando unos dientes que ningún dentista habíavisto jamás.-¡Ay! -exclamó-.¿Acabamos de perder a la mascota de la familia? Quizá deberíamosorganizar un funeral con flores de papel y.-¡Cierre el pico! -gritó Elaine con tanta fuerza que Dolan retrocedió un paso y la sonrisadesapareció de su rostro-.¡Márchese de aquí o no trabajará un día más en la residencia! ¡Ni unahora más! ¡Se lo juro!-No conseguirás ni un mendrugo de pan en la cola de un albergue -dije, aunque en voz tanbaja que creo que ninguno de los dos me oyó.No podía separar los ojos de Cascabel, tendido en la palma de Elaine como si fuera laalfombra de piel de oso más pequeña del mundo.Brad iba a volver a insultarla, a decirle que todo era un farol.En algo tenía razón; a losresidentes de Georgia Pines no les estaba permitido alejarse tanto del edificio; hasta yo lo sabía.Sin embargo, el celador no dijo nada.En el fondo era un cobarde, igual que Percy, y sabía que eraprobable que Elaine no mintiese acerca de su nieto.Además ya había satisfecho su curiosidad,saciado su sed de saber.Y después de todo, el misterio no era gran cosa.Un viejo tenía un ratón enel cobertizo y el animal se había muerto de un ataque al corazón corriendo detrás de un carrete.-No sé qué os pasa -dijo-.Os comportáis como si fuera un perro o algo por el estilo.-¡Fuera! -exclamó Elaine-.¡Lárguese, ignorante! El poco cerebro que tiene es sucio yretorcido.Dolan se ruborizó y las numerosas cicatrices de sus antiguos granos de adolescenteadquirieron un tono rojo oscuro.-Me iré -dijo-, pero cuando mañana vuelvas a este lugar, Paulie, encontrarás un candado enla puerta.Los residentes tienen prohibido venir aquí, diga lo que diga esta vieja bruja.¡Mira elsuelo! Las tablas están levantadas y podridas.Si te cayeras, tus esque léticas piernas se romperíancomo una rama seca.De modo que coged ese ratón, si queréis, y marchaos de aquí.¡El nido deamor queda clausurado!Se volvió y salió del cobertizo a grandes zancadas, como un hombre que cree haber ganadoal menos una partida.Esperé a que se alejara y cogí con suavidad a Cascabel de las manos deElaine.Mis ojos se posaron en la bolsa de caramelos de menta y ése fue el detonante: las lágrimascomenzaron a correr por mis mejillas.No sé por qué, pero últimamente lloro con facilidad.-¿Me ayudarás a enterrar a un viejo amigo? -pregunté a Elaine cuando dejamos de oír lospasos de Brad Dolan.-Sí, Paul.-Rodeó mi cintura con un brazo y apoyó la cabeza sobre mi hombro.Luegoacarició el costado inmóvil de Cascabel con un dedo viejo y deforme-.Lo haré encantada.De modo que tomamos una pala prestada del jardín y enterramos la mascota de Del mientraslas sombras de la tarde se alargaban entre los árboles.Luego volvimos a cenar y a vivir lo que nosquedaba de vida.Entonces me sorprendí pensando en Del.Del arrodillado sobre la alfombra verde de mioficina, con las manos juntas y su coronilla calva brillando a la luz de la lámpara.Del, que mehabía pedido que cuidara de Cascabel y me asegurara de que el hombre malo no volviese a hacerledaño.Pero más tarde o más temprano el hombre malo nos hace daño a todos, ¿no es cierto?-¿Paul? -dijo Elaine con voz cansada y amable.Supongo que cavar un foso y depositar en éla un ratón muerto era demasiado para un par de viejos como nosotros-.¿Te encuentras bien?Le había pasado un brazo por la cintura, y le di un breve apretón.-Estoy bien.-Mira -dijo-.Será una hermosa puesta de sol [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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