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.Alguien lanzó un grito desde el timón.—Jefe!.¡Mire.allá arriba, en el cielo!Norton levantó la vista y rápidamente recorrió el circuito del cielo.No vio nada hasta que su mirada había casi alcanzado el cenit y se encontró contemplando el otro lado del mundo.—¡Dios mío! —murmuró con lentitud, mientras se daba cuenta de que la «próxima vez» ya la tenían casi encima.Una ola gigantesca avanzaba hacia ellos por la eterna curva del Mar Cilíndrico.La olaAún en ese momento de shock, la primera preocupación de Norton fue por su nave.—¡Endeavour! —llamó—.¡Informe de la situación!—Todo bien, jefe —fue la tranquilizadora respuesta de su segundo—.Sentimos un débil temblor, pero nada que pudiera causar daño a la nave.Ha habido un leve cambio de posición en Rama; me informan que es de aproximadamente punto dos grados.También creen que la velocidad de rotación se ha alterado un tanto.Tendremos los cálculos exactos en un par de minutos.«De modo que ya ha empezado a suceder —pensó Norton—; y antes de lo que esperábamos; todavía estamos lejos del perihelio y el momento lógico para un cambio orbital.Pero indudablemente estaba produciéndose alguna clase de ajuste y tal vez sobrevendrían más alteraciones.Entretanto, los efectos de este primero eran demasiado obvios allá arriba, en la curvada sábana de agua que parecía estar cayendo perpetuamente del cielo.La ola gigantesca estaba a una distancia de diez kilómetros, y abarcaba todo el ancho del mar desde la costa norte a la sur.Cerca de la orilla formaba una espumosa pared blanca, pero en aguas profundas era una línea azul apenas visible que se movía mucho más rápido que las grandes olas a uno y otro flanco.El arrastre de la corriente ya la doblaba en un arco, con la porción central adelantándose más y más.—Sargento —dijo Norton con tono urgente—, éste es su trabajo.¿Qué podemos hacer?La sargento Barnes había detenido la balsa por completo y se concentraba en el estudio de la situación.Su expresión, Norton lo comprobó aliviado, no mostraba indicios de alarma sino más bien cierta excitación, como la del atleta experimentado a punto de aceptar un desafío.—Quisiera que tuviésemos algún sondador —dijo—.Si estamos en aguas profundas no hay de qué preocuparse.—En ese caso estamos bien —repuso Norton—.Nos encontramos a cuatro kilómetros de la orilla.—Espero que sea así, pero deseo estudiar la situación.La sargento Barnes aplicó energía otra vez e hizo girar a la Resolution hasta que estuvo otra vez en movimiento, directamente hacia la ola que se aproximaba.Norton calculó que su porción central les alcanzaría en menos de cinco minutos, pero también pudo apreciar que no presentaba un peligro serio.Era sólo una onda de menos de un metro de altura corriendo desbocada, y que apenas llegaría a sacudir la embarcación.La verdadera amenaza eran las paredes de espuma que arrastraba tras de sí, a bastante distancia.Súbitamente, en el centro mismo del mar, apareció una línea de olas más bajas.La ola grande obviamente había chocado contra una pared sumergida, de varios kilómetros de largo, no muy debajo de la superficie.Al mismo tiempo, las olas de los dos flancos se rompieron al encontrar aguas más profundas.Placas antichoques, pensó Norton; igual que en los tanques de propulsión del Endeavour, sólo que de una escala mil veces mayor.Debía haber una compleja distribución de ellas alrededor del mar, para restar potencia a cualquier ola con la mayor rapidez posible.Lo único que nos importa ahora es: ¿estamos justo encima de una de ellas?La sargento Barnes se adelantó a su pensamiento.Detuvo la Resolution y tiró el ancla.Chocó contra el fondo a sólo cinco metros.—¡Ícenla! —ordenó a su tripulación—.¡Tenemos que alejamos de aquí!Norton estuvo de acuerdo.Pero, ¿en qué dirección? La sargento dirigía la embarcación a toda velocidad hacia la ola gigantesca, que ahora estaba sólo a cinco kilómetros.Por primera vez oyó el sonido de su proximidad: un estruendo distante e inconfundible, que jamás creyó oír en el interior de Rama.Luego su intensidad se alteró.La porción central volvía a derrumbarse, y otra vez se hinchaban los flancos.Trató de calcular la distancia entre las placas de desviación sumergidas, presumiendo que estaban escalonadas a intervalos iguales.Si estaba en lo cierto, debían estar acercándose a otra; si lograban estacionar la balsa en las aguas profundas entre dos de ellas, no correrían peligro.La sargento Barnes paró y volvió a arrojar el ancla.Descendió treinta metros sin tocar fondo.—Estamos bien —dijo, con un suspiro de alivio—.Pero mantendré el motor en funcionamiento.Ahora sólo quedaban las rezagadas paredes de espuma a lo largo de la costa.Allí, en el centro del mar, volvía a reinar la calma, excepto la insignificante onda azul que seguía avanzando hacia ellos.La sargento Barnes mantenía la Resolution en su curso hacia la turbulencia, lista para pasar a plena potencia en el momento justo.Entonces, a sólo dos kilómetros delante de la Resolution, el mar comenzó a agitarse nuevamente.La superficie se arqueó lanzando espumarajos de furia, y ahora su estruendo parecía llenar los ámbitos del mundo.Sobre la ola de dieciséis kilómetros de alto del Mar Cilíndrico, se sobreponía una onda de menor tamaño semejante a una avalancha que desciende atronadora por la ladera de una montaña.Y esa onda era lo bastante grande para matarlos.La sargento Barnes debió ver las expresiones de los rostros de su tripulación.Gritó, sobre el estruendo:—¿De qué tienen miedo? ¡He remontado olas más grandes que ésta! —Eso no era verdad; y tampoco agregó que sus experiencias previas habían tenido lugar en un barco bien equipado, no en una balsa improvisada—.Pero si nos vemos obligados a saltar —añadió—, esperen hasta que yo les dé la orden.Revisen sus salvavidas.«Es magnífica, como un guerrero vikingo que se dispone a entrar en batalla; obviamente disfruta cada minuto de la aventura —pensó el comandante—.Y es probable que tenga razón.a menos que hayamos calculado mal».La ola continuaba subiendo, y se curvaba hacia arriba y los costados.El declive encima de sus cabezas probablemente exageraba su altura, pero lo cierto era que parecía enorme, una irresistible fuerza de la naturaleza que lo arrastraría todo a su paso.Pero entonces, en cuestión de segundos, se derrumbó, como un rascacielos con los cimientos socavados.Pasó sobre la barrera sumergida, y otra vez estuvo en aguas profundas.Cuando les alcanzó, un minuto después, la Resolution apenas se zarandeó un par de veces antes de que la sargento Barnes cambiara el rumbo y la enfilara hacia el norte a toda velocidad.—Gracias, Ruby; ha sido una espléndida maniobra.Pero, ¿estaremos en suelo firme antes de que se repita el fenómeno?—Probablemente no; la ola volverá a formarse en unos veinte minutos.Pero ya habrá perdido casi toda su fuerza.Apenas la notaremos
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