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.–¿Tienen que irse? – pregunté.–Para esto vinieron: para encontrar a otros de su especie.Sería cruel pedirles que se quedaran con nosotros.Asentí, abatido, y me incliné hacia Streak para rascarle las orejas.–Ha sido un placer conocerte, Streak -dije.Luego le di unas palmaditas a Rudi-: Te echaré de menos, renacuajo miserable.Los lobos adultos empezaron a alejarse.Rudi vaciló, mirándome a mí y a los lobos que se iban.Por un segundo pensé que elegiría permanecer a mi lado, pero entonces lanzó un ladrido, frotó la húmeda nariz contra mis pies desnudos y echó a correr tras los demás.–Volverás a verle -me prometió Gavner-.Los buscaremos cuando nos vayamos.–Sí -sorbí, intentando fingir que me traía sin cuidado-.Estaré bien.Sólo son una panda de viejos lobos tontos.No me importa.–Claro que no -sonrió Gavner.–Vamos -dijo Mr.Crepsley, conduciéndonos corriente arriba-.No podemos quedarnos aquí toda la noche, suspirando por unos cuantos lobos sarnosos.Le lancé una mirada feroz, y carraspeó incómodo.–Ya sabes -añadió suavemente- que los lobos no olvidan una cara.El cachorro aún te recordará cuando sea un viejo lobo gris.–¿De verdad? – pregunté.–Sí -dijo, y entonces se volvió y continuó caminando.Gavner y Harkat le siguieron.Por última vez, lancé una mirada por encima de mi hombro a los lobos que se alejaban, suspiré tristemente, y luego cogí mi mochila y los seguí.CAPÍTULO 11Cruzamos sobre la abertura de la que el arroyo fluía atropelladamente de la montaña.El ruido resultaba ensordecedor, especialmente para los súper sensitivos oídos de un vampiro, así que nos dimos toda la prisa que pudimos.Las rocas estaban resbaladizas, y en algunos puntos teníamos que formar una cadena.Gavner y yo resbalamos en una zona muy helada.Yo iba delante, sujetándome de Mr.Crepsley, pero la atracción de la caída me hizo soltarme.Afortunadamente, Harkat agarró a Gavner y nos subió a los dos.Llegamos a la entrada de un túnel un cuarto de hora después.No habíamos tenido que trepar demasiado, pero al mirar abajo comprobé lo empinada que había sido la escalada.Me alegré de no tener que subir por una montaña más alta.Mr.Crepsley entró primero.Yo fui tras él.El interior del túnel estaba oscuro.Iba a preguntarle a Mr.Crepsley si sería conveniente detenernos a encender unas antorchas, pero mientras avanzábamos cautelosamente, advertí que más adelante el túnel adquiría luminosidad.–¿De dónde viene la luz? – pregunté.–Es liquen luminoso -repuso Mr.Crepsley.–¿Eso es un trabalenguas o una respuesta? – rezongué.–Es una clase de hongo que emite luz -explicó Gavner-.Crece en ciertas cuevas y en el fondo del océano.–Ah, vale.¿Crece por toda la montaña?–No en todas partes.Utilizamos antorchas en las zonas donde no lo hay.Delante de nosotros, Mr.Crepsley se detuvo y soltó una maldición.–¿Qué ocurre? – inquirió Gavner.–La entrada de la cueva -suspiró-.Éste no es el camino.–¿Eso significa que no podemos entrar por aquí? – pregunté, alarmado ante la idea de tener que desandar el camino después de haber avanzado tanto.–Hay otros caminos -dijo Gavner-.La montaña está llena de túneles.Sólo tenemos que volver y buscar otro.–Pues será mejor que nos demos prisa -dijo Mr.Crepsley-.No tardará en amanecer.Regresamos cansinamente por donde habíamos venido, esta vez con Harkat al frente.Una vez fuera, nos movimos lo más rápido que pudimos (que no era mucho, dado lo traicionero del terreno), y llegamos a la entrada del siguiente túnel minutos después de que el Sol comenzara a despuntar.Este nuevo túnel no era tan amplio como el otro, y los dos vampiros tuvieron que inclinarse aún más para avanzar.Harkat y yo sólo teníamos que agachar la cabeza.Allí no era tan abundante el liquen luminoso, aunque a nuestra desarrollada visión le bastaba.Después de un rato, me di cuenta de que bajábamos en lugar de subir.Le pregunté a Gavner por qué.–Es sólo la trayectoria del túnel -dijo-.Ya subiremos.Una media hora más tarde, el camino se interrumpió.Al doblar una esquina, ascendía casi verticalmente, y nos obligó a emprender una ardua escalada.Las paredes se estrechaban contra nosotros, y yo estaba seguro de que no era al único al que los nervios le dejaron la boca seca.Poco después, el túnel se niveló y se abrió a una pequeña gruta, donde nos detuvimos a descansar.Podía oír el rumor del riachuelo que habíamos cruzado antes, agitándose no muy lejos, bajo nuestros pies.Había cuatro túneles que salían de la cueva.Le pregunté a Gavner cómo sabría Mr.Crepsley por cuál debíamos ir.–El túnel correcto está marcado -dijo, conduciéndome hacia ellos y señalando una flecha pequeñita tallada en la pared al pie de uno de los túneles.–¿A dónde conducen los otros? – pregunté.–A callejones sin salida, a otros túneles o a las Cámaras.Las Cámaras era como llamaban a aquellas zonas de la montaña habitadas por los vampiros
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