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.Con las manos estrechamente enlazadas, mien-tras nuestras miradas se buscaban por instinto entrelas tinieblas que nos envolvían, hubo un momento,aquél en que íbamos a separarnos, en que, no ha-llando palabras con que expresar el disgusto que deambos se había apoderado, permanecimos silencio-sos.Oímos entonces caer la lluvia con rara y tristearmonía sobre las muertas hojas, y leves estallidos,que pudieran decirse dolorosos, producidos por losya secos tallos de las plantas y flores marchitas queel viento iba tronchando en su vertiginosa carrera,llegaban por intervalos a nuestro oído, mientras elrío, engrosado por las lluvias, rugía sordamentearrastrando en medio de las tinieblas, ¡quién sabeque ignoradas víctimas! Todo era oscuridad arriba yabajo.Sólo una estrella, brillando de cuando encuando a través de las nubes, venía a reflejarse enlos profundos charcos, apareciendo en el fondo,37 R O S A L Í A D E C A S T R Oinmóvil y misteriosa, semejante a esas ideas fijas quemoran escondidas y enclavadas en las almas a lascuales atormentan, sin que nadie más que la propiaconciencia se aperciba de que allí existen.Era aquélla la única luz, la sola claridad que seveía en toda la extensión tenebrosa de estas alame-das, que la noche llenaba de misterio, así como in-fundía en mí ánimo supersticiosos temores.¡Dentro del pavoroso y negro marco que cerraba ellíquido espejo, reflejaba aquella estrella, por ciertode una manera bien fatídica, su velado fulgor! Unperro empezó a aullar a lo lejos, percibí el aleteo fríoy repulsivo del murciélago que giraba silenciosa-mente en torno a nuestras cabezas empapadas porla lluvia, y sobrecogióme un inexplicable temor.Se-res ocultos hacían sonar calladamente en mi oídomelancólicos ecos, inteligibles profecías.-Recógete, amada mía -la dije, temiendo por ella,no sé a quien ni por qué-, la noche está cruda y tantriste como nosotros; lloran las nubes y las plantastiemblan ateridas temiendo a la muerte que rondaen torno de ellas.Tú misma estás tiritando, bienmío.separémonos, pues ya que al fin ha de ser.¡Y al fin nos separamos! Pero no sin que antesnos hubiésemos prometido que en tanto nuestros38 E L P R I ME R L OC Ocuerpos tuviesen que sufrir los tormentos de la au-sencia, no estarían ni un solo momento desunidasnuestras almas, sino que se buscarían y se daríanamorosas citas, ya en este bosque, ya en algún otroparaje oculto que nos fuese querido: y así nuestradicha no tendría tregua ni fin, pese a las contrarie-dades de esta misera y perdurable vida.Así sucedió,en efecto, y falta hizo en verdad que su espíritu y elmío tuviesen el don de atraerse el uno hacia el otro,y de juntarse a través de la distancia, porque los díaspasaron y pasaron sin que hubiésemos tenido oca-sión de volver a hablarnos ni una sola vez.Veíamo-nos a horas dadas y desde lejos, y escribíamosdiariamente una o dos cartas interminables en lascuales nos dábamos minuciosa cuenta de nuestrosactos, de nuestros pensamientos y de los deseos yansias que nos acosaban, de cuanto, en fin, consti-tuía la única dicha que nos ayudaba a soportar lavida en tan intolerable separación.Estas cartas lle-gaban invariablemente a nuestras manos tarde ymañana, gracias a los prodigios de habilidad que yollevaba a cabo con ayuda de Berenice, y que la pro-pia necesidad de ponerlos en práctica me sugería.Mas a pesar de todo esto, como el ético debe desentir la calentura que lentamente le consume, sentía39 R O S A L Í A D E C A S T R Oyo cada vez con mayor intensidad la nostalgia delpasado, la nostalgia de aquellos días y noches en losque oía su voz, aspiraba su aliento y estrechaba suspequeñas manos entre las mías [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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