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.—¿Te salvó? —preguntó, desesperada por oír que no había hecho lo que había hecho para nada.—Me salvó —fue todo lo que él había dicho en respuesta.—Ojalá pudiese quitártela —había dicho ella—.Ojalá supiese qué podría sucederte debido a ella.Él se había sujetado la muñeca y había vuelto a bajar su mano con suavidad hacia el costado de la joven.—Aguardaremos —había dicho—.Ya veremos.Ella le había estado observando con atención, pero tenía que admitir que la Marca no parecía estar afectándole de ningún modo visible.Parecía tal y como había sido siempre.Simon.Únicamente que había adoptado la costumbre de peinarse el pelo de un modo un poco distinto, para cubrir la Marca; si uno no supiese que estaba allí, jamás lo adivinaría.—¿Cómo ha ido la reunión? —preguntó Clary, echándole un vistazo de reojo para ver si se había engalanado para la celebración.No era así, pero ella apenas le culpó; los vaqueos y la camiseta que llevaba puestos eran todo lo que tenía para ponerse.—¿A quién han elegido?—A Raphael no —respondió Simon, como si ello le complaciera—.A otro vampiro.Tiene un nombre pretencioso.Nightshade o algo parecido.—¿Sabes?, me ha pedido si quería dibujar el símbolo del Nuevo Consejo —dijo Clary—.Es un honor.He dicho que lo haría.Va a ser la runa del Consejo rodeada por los símbolos de las cuatro familias de subterráneos.Una luna para los hombres lobo, y estaba pensando en un trébol de cuatro hojas para las hagas.Un libro de conjuros para los brujos.Pero no se me ocurre nada para los vampiros.—¿Qué tal un colmillo? —sugirió Simon—.Tal vez goteando sangre.—Le mostró los dientes.—Gracias —dijo Clary—.Eso resulta muy útil.—Me alegro de que te lo pidieran —repuso Simon, en un tono más serio —.Mereces ese honor.Mereces una medalla, en realidad, por lo que hiciste.La runa de la alianza y todo lo demás.—No sé.—Clary se encogió de hombros—.Quiero decir, la batalla apenas duró diez minutos, después de todo.No sé cuánto ayudé.—Yo estuve en la batalla, Clary —dijo Simon—.Puede que durara diez minutos, pero fueron los peores diez minutos de mi vida.Y en realidad no quiero hablar sobre ello.Pero te diré que, incluso en aquellos diez minutos, habría habido mucha más muerte de no haber sido por ti.Además, la batalla fue sólo parte de un todo.Si no hubieses hecho lo que hiciste, no habría Nuevo Consejo.Seríamos cazadores de sombras y subterráneos odiándonos unos a otros, en lugar de cazadores de sombras y subterráneos yendo juntos a una fiesta.Clary sintió que se le hacía un nudo en la garganta y miró directamente al frente, deseando no empezar a llorar.—Gracias, Simon.Vaciló, tan brevemente que nadie que no fuese Simon lo habría advertido.Pero él lo hizo.—¿Qué pasa? —le preguntó.—Sólo me estaba preguntando qué vamos a hacer cuando regresemos a casa —dijo—.Quiero decir, sé que Magnus se ocupó de tu madre de modo que no le diera ningún ataque pensando que habías desaparecido, pero.la escuela.Nos hemos perdido una tonelada de clases.Y ni siquiera sé.—Tú no vas a regresar —repuso Simon en voz sosegada—.¿Crees que no lo sé? Ahora eres una cazadora de sombras.Acabarás tu educación en el Instituto.—¿Y qué pasa contigo? Eres un vampiro.¿Regresarás a las clases de secundaria como si nada?—Sí —dijo Simon, sorprendiéndola—.Quiero una vida normal, tanto como pueda tenerla.Quiero ir al instituto, y a la universidad y todo eso.Ella le oprimió la mano.—Entonces hazlo.—Le sonrió—.Desde luego, todo el mundo va a alucinar cuando aparezcas en la escuela.—¿Alucinar? ¿Por qué?—Porque eres mucho más atractivo ahora que cuanto te fuiste.—Se encogió de hombros—.Es cierto.Debe de ser algo relacionado con ser vampiro.Simon pareció desconcertado.—¿Soy más atractivo?—¡Ya lo creo! Quiero decir, mira a esas dos.Las tienes totalmente encandiladas.Señaló a unos pocos pasos por delante de ellos, donde Isabelle y Maia caminaban la una junto a la otra, con las cabezas muy juntas mientras conversaban.Simon miró a las muchachas.Clary casi habría jurado que se ruborizaba.—¿Tú crees? A veces se juntas y cuchichean y se me quedan mirando.No tengo ni idea de por qué lo hacen.—Normal.—Clary sonrió ampliamente—.Pobrecito, tienes a dos chicas guapísimas compitiendo por tu amor.Tu vida es dura.—Estupendo.Dime tú a quién elijo, entonces.—Ni hablar.Eso es cosa tuya.—Volvió a bajar la voz—.Mira, puedes salir con quien quieras y yo te apoyaré totalmente.Soy toda apoyo.Apoyo es mi segundo nombre.—Así que ése es el motivo de que jamás me dijeses tu segundo nombre.Ya imaginaba que sería algo vergonzoso.Clary hizo como si no le oyera.—Pero sólo prométeme algo, ¿de acuerdo? Sé cómo pueden llegar a ser las chicas.Sé el modo en que odian que sus novios tengan un gran amigo íntimo que sea una chica.Sólo prométeme que no me eliminarás de tu vida por completo.Que todavía podremos salir por ahí de vez en cuando.—¿De vez en cuando? —Simon negó con la cabeza—.Clary, estás loca.A ella se le cayó el alma a los pies.—Quieres decir que.—Quiero decir que jamás de los jamases saldría con una chica que insistiese en que te eliminara de mi vida.No es negociable.¿Quiere un pedazo de toda esta cosa fabulosa? —Se señaló a sí mismo—.Bien, pies mi mejor amiga va incluida.No te eliminaría de mi vida, Clary, del mismo modo que no me cortaría la mano derecha y se la daría a alguien como regalo de San Valentín.—Repugnante —dijo Clary—.¿Tienes que ser así?Él sonrió ampliamente.—Sabes que sí.La plaza del Ángel resultaba casi irreconocible.El Salón refulgía blanco en el otro extremo de la plaza, oculto en parte por un elaborado bosque de árboles enormes que había brotado en el centro de ésta.Eran a todas luces producto de la magia.Aunque, pensó Clary, recordando la habilidad de Magnus para escamotear mobiliario y tazas de café a través de todo Manhattan en un abrir y cerrar de ojos, quizás eran reales, aunque trasplantados.Los árboles se alzaban casi hasta la altura de las torres de los demonios, y sus troncos plateados estaban envueltos con cintas y con luces de colores enganchadas en los susurrantes nidos verdes de sus ramas.La plaza olía a flores blancas, humo y hojas.Alrededor de sus extremos se habían dispuesto mesas y bancos largos, y grupos de cazadores de sombras y subterráneos se amontonaban a su alrededor, riendo, bebiendo y conversando.Con todo, no obstante las risas, había algo lóbrego mezclado en la atmósfera festiva: un pesar presente junto al júbilo.Las tiendas que bordeaban la plaza tenían las puertas abiertas de par en par y la luz se derramaba sobre las aceras.Los asistentes a la fiesta pasaban en tropel junto a ellas, transportando bandejas de comida y copas altas de vino y líquidos de colores intensos.Simon contempló cómo un kelpie pasaba dando saltitos con una copa de un líquido azul, y enarcó una ceja
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