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.Me gustaría que te fueras y lo hicieras, en vez de quedarte aquí, molestando.No te importa nadie más que tú mismo.—Desde luego que no.¿Por qué debería?—¿No eres capaz de ver cómo mejoran nuestras posibilidades si trabajamos juntos? —le preguntó Croft.Nathan miró el techo desesperado.—Pero ése es precisamente mi argumento, ¿qué posibilidades tenemos? Todo el mundo en este maldito edificio lo ha perdido todo.Si hay otras personas ahí fuera, lo último que necesitan es encerrarse aquí con vosotros.Salir de aquí e intentar olvidar el jodido caos en el que estamos todos es la mejor opción para cualquiera al que le quede un mínimo grado de sensatez.—Estás confundiendo sensatez con egoísmo —le explicó Donna.—Mira —intervino Croft, cada vez más impaciente—, de lo que estamos hablando es de establecer algún tipo de faro temporal, de manera que si esa gente vuelve, cuando lo haga, se den cuenta de que estamos aquí.No estamos intentando establecer grandes planes para el futuro, porque, Nathan, creo que tienes razón.¡No sabemos si ninguno de nosotros tiene un jodido futuro!—Pero vuestro faro atraerá a los cuerpos —protestó Bernard.—Por el amor de Dios, hombre, cambia de disco —replicó Croft furioso—.¿No puedes ver que se trata de un riesgo a corto plazo que nos veremos obligados a correr?Jack Baxter había asistido al desarrollo, cada vez más tenso, de la conversación.—¿Y si ponemos el faro en el techo? —sugirió—.Pensad en ello, si ponemos algún tipo de hoguera en lo más alto, no será evidente de inmediato para los cuerpos, pero un superviviente.—Un superviviente sabrá que cualquier cosa en un tejado probablemente la habrán colocado de forma intencionada —completó Donna, dándose cuenta de lo que Jack estaba proponiendo—.Si estamos hablando de encender un fuego, entonces un superviviente sabrá que cualquier incendio se habría iniciado en algún punto del interior de un edificio y que después iría ascendiendo, pero no empezaría en el tejado, ¿no os parece?—Lo comprendo —intervino Bernard—, pero si esas personas vienen aquí, cuando vengan, traerán consigo más cadáveres, ¿o no? No importa lo cuidadosa que seas con tu maldito faro, ¿no crees?Donna se quedó mirando desesperada al aterrorizado profesor.Comprendía lo que estaba diciendo, pero no podía entender por qué era tan importante para él.Para ella, la solución del problema y los potenciales efectos colaterales eran evidentes e inevitables.Tenía la oportunidad de establecer contacto con más supervivientes, personas que tenían transporte y armas, y que, según parecía, eran capaces de moverse por el exterior sin quedarse encerrados y confinados como ellos.Y si establecer contacto con ellos significaba aumentar temporalmente el número de cuerpos alrededor de la universidad, entonces le parecía un precio que valía la pena pagar.23A poco menos de cincuenta kilómetros de la ciudad, y a varios kilómetros de la entrada del bunker subterráneo, dos supervivientes se mantenían en un silencio casi constante.Escondidos en una autocaravana relativamente bien equipada, que habían conseguido sólo unos días antes a las afueras de otro pueblo muerto, la pareja había conducido hasta la zona de campo más aislada y abierta que habían encontrado.Desde que se vieron forzados a abandonar la granja en la que se habían refugiado juntos, Michael Collins y Emma Mitchell vivían de lo que encontraban, como animales carroñeros, trasladándose de un lugar a otro y escondiéndose en las sombras hasta que el número de cuerpos a su alrededor alcanzaba una masa crítica.Cinco días antes, el edificio en el que se habían escondido con relativa seguridad durante más de una semana se vio finalmente asaltado por cientos de cuerpos vagabundos, atraídos por su presencia, remota y en todos los sentidos discreta, por la actividad y los sonidos que habían producido con su simple existencia.Habían tomado muchas precauciones para alejarse de los restos putrefactos de la población no viva, pero todos sus esfuerzos habían sido, al final, en vano.Michael y Emma habían aprendido a un coste muy amargo que no era posible escapar a la atención indeseada de cientos y cientos de cadáveres desesperados, putrefactos y cada vez más feroces.La pareja había oído en la distancia el motor cuando los soldados emergieron de su base oculta a primera hora de la mañana [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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