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.En el cuarto, ante ella se reveló una especie de altar barroco.Las paredesadornadas de angelotes e iconos católicos esculpidos en formas rebuscadas yrecargadas.Una cruz inmensa coronaba el dosel de la cama, de la cruzcolgaba impíamente un calzón sucio.Después de haber acostado a su señor,el criado, presuroso, cogió la prenda íntima y la envolvió debajo de sucamisón.Ann iluminó los angelotes pegando el candil a sus rostros, lasfacciones indígenas o africanas se agolpaban en muecas farfullosas, la pielcolor canela o azabache estaba pintada con verdadero polvo de canela y deazabache.-Señora mía.-se quejó ñoño Diego Grillo-, quédese un rato.HoracioSalvador, puede usted marcharse.La señora cuidará de mí.El criado se esfumó de la habitación.-No he venido a cuidar de nadie, al contrario.Soy oa quien debe sermimada -refutó, enérgica.-Ay, Ann Bonny, a partir de mañana tú serás el coquito de esta casa.Pero hoy haz algo por mí, anda, aunque sea sólo por una noche.Ay, AnnBonny, si yo te hubiera visto antes que Calico Jack.74 Atrajo la mano de la mujer encima de su pecho, al poco rato respiróhondo, y emitió resoplidos y ronquidos del tamaño del ruido aparatoso detrompetas medievales de caza.Atipladas exclamaciones infantiles montaron en dirección de la escaleraprincipal, más abajo rumoreaba la voz de una dama y reconoció elabejeante silabeo de Horacio Salvador.Estiró los brazos al techo y atisbóencaracolados regodeos imitando el oleaje marino, una virgen negra quecargaba a un santito prieto, delante un bote con tres pescadores: unonegro, el segundo indio, el tercero cuarterón saltatrás, para algunoscriollazo atrasadillo.-Es la Virgen de Regla, soy muy devoto-interrumpió Diego Grillo,afeitado y emperifollado-.Mi prima Lourdes Inés acaba de llegar, seríabueno que no supiera que has dormido en esta cama.Aunque no hayasucedido absolutamente nada, señora mía, le recomiendo que regrese a surecinto privado.En la recámara colgué algunos trajes nuevos.Obsequiosque le brindo yo a usted con profundo respeto.-Estabas borrachísimo anoche -replicó Ann-.No creas que no me dicuenta de que andabas en juerga con los negros, y hasta los cimarronesvinieron a compartir con los esclavos del barracón, y tú con ellos.-Por favor, ¿qué pesadilla? Conversaremos sobre el tema más tarde,¡Agila, corre a tu cuarto! -embarajó, confianzudo.La mujer pasó junto a él rozándole los muslos y retorciéndole los ojos, loque divirtió al corsario.La algarabía de los niños se desvió hacia los jardines,lo que suscitó un eco fantasmagórico.En el salón de música unos dedosdelicados arrancaron al clavicordio lentas notas de la ópera Atys de Jean-Baptiste Lully.Ann se cambió las ropas de noche por un vaporoso trajeveraniego, descendió los peldaños con desgano.No soportaba la idea deaguantar cinco meses (pues, según su cuenta, el embarazo venía ya desdehacía cuatro) en absurda fanfarronería de congregación de noblesreinventados.-¿Podemos tutearnos? -la mujer no pretendió obtener o no una respuesta-Lourdes Inés, para servirte.Tez translúcida, azulosa de tan blanca, ojosgrises, boca fina, dientes y orejas pequeños, pelo lacio y pajuzo; sumamentedemacrada, delgada y frágil.¿Qué había de atractivo o de sensual en esta mujer que pudiera seducir aCalico Jack? Escudriñó a Ann con el rabillo del ojo.Nada, en apariencia.0 talvez eso mismo, lo anodino, toda esa evanescencia en su figura, la ligereza;podía agarrarle el talle cerrando sus manos alrededor.-Ann, eres muy hermosa.-La tímida mujer hacía' un esfuerzo porextraerle las palabras.-Tú igual.-¡Hijos, les presento a la prima Ann! -La potencia del grito le asustó.Los niños continuaron jugando en el salón contiguo.-No soy tu prima, tú lo sabes de sobra.-La pirata deseó seguir, perolas comisuras de los labios de Lourdes Inés se torcieron en un mohín dedisgusto-.Bueno, está bien, llámame como se te ocurra.La prima de Diego Grillo palmoteó, en una muestra de alacridadpuntillosa.75 -Lourdes Inés, Lourdes Inés.-murmuró Ann- ¿Cómo te llama CalicoJack en la intimidad?La otra se atragantó con un mamoncillo que había cogido de una grancopa de cristal veneciano.Pestañeó en un tic, respondió:-Inés, sólo Inés.-Yo te llamaré Lunes.-¿Y eso, por qué?-Por Lourdes, Lu, y por Inés, nes.Además, te he conocido hoy -señalóun almanaque colgado en la estancia cuyas pinturas originalesrepresentaban los paisajes que rodeaban las propiedades de la familia-, yhoy es lunes.-Es raro, pero es bonito, me uno y suscribo el apodo.Lunes.-interrumpió el corsario, y besó a su prima en una vena cual riachueloverdoso descendiendo del cuello hacia el seno izquierdo, el más abultado.Lourdes Inés, o mejor dicho, Lunes, le espantó, en juego, unacachetada.-¡Fresco, pero qué atrevido! ¿Cómo osas.?Los días transcurrieron más rápido de lo imaginado por Ann.En tierrahacía un calor de mil demonios, era la razón por la que ella prefería la mar.En las mañanas bajaba a la playa, acompañada de Lunes y los niños,mientras ellas reposaban debajo de los pinos leyendo La Poste Quotidienney revistas de modas, los chicos jugaban entretenidos en la orillaconstruyendo castillos de arena y algas.A mediodía, Diego Grillo lasrecogía en su calesa y las devolvía a la hacienda, donde almorzabanopíparamente.Ann engordaba, la panza se le empinaba más y más,redonda y pareja.-Será una niña -secreteó Vidapura, la comadre, negra betún, de manosde oro, en el oído de Lunes después de someter a la pirata a la prueba de latijera.Puso dos sillas, en la primera colocó una tijera abierta, en lasegunda una tijera cerrada, y tapó los instrumentos de costura con dosmantillas de gruesa lana.Pidió a la embarazada que tomara asiento en unade las sillas, Ann se sentó en la primera.Las cenas languidecían.Lunes tocaba el clavicordio.Los niños iban aacostarse una vez consumido el postre, acompañados de su aya, con quienAnn evitó todo contacto.Diego Grillo no hacía otra cosa que observarla, seacariciaba la barbilla, afinaba las puntas de su bigotillo, las pupilasperdidas en el vacío, viajando del enigma hacia su cada vez más rozagantehuésped.El reloj de campana daba las diez, y Diego Grillo depositaba unbeso en cada mejilla y aprovechaba para escurrirse, argumentandocualquier pretexto.-Hoy no te irás así como así.-Ann se parapetó entre él y el portón.Lunes se detuvo, desconcertada.-O nos llevas al guateque de los negros, o te parto la yugular de untajo.-La daga rasguñó la nuez de Adán.-No puede ser, no serán bienvenidas -negó, mientras intentaba librarse.-¿Quién dijo que no? -Lunes adelantó unos pasos situándose junto a lapirata.76 -Espero que estés bromeando-indicó el hombre a la herida del cuello--,aparte de que duele, estás manchándome de sangre una camisa de sedarecién estrenada.Bien, de acuerdo, les consultaré, y si aceptan, juro quevendré a buscarlas.Ellas accedieron.Los negros dieron su consentimiento.Desde entonces,los tres cruzaban los matorrales, y arrellanados en taburetes forrados encuero de chivo, en el barracón más espacioso, el menos sórdido y caluroso,gozaban de la sensación de lo prohibido, del olor a sudor mezclado con eljugo de la ciruela, y el albaricoque, la guayaba y el mango [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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