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.—Es un vestido, Simon —respondió ella en tono seco—.Ya sé que no los llevo a menudo, pero la verdad.—Es tan corto —repuso él, confuso.Incluso medio vestido de cazador de demonios, se dijo Clary, Simon parecÃa la clase de chico que irÃa a recogerte a casa para salir y serÃa educado con tus padres y simpático con tus mascotas.Jace, por otra parte, parecÃa la clase de chico que pasarÃa por tu casa y la quemarÃa hasta los cimientos por diversión.—Me gusta el vestido —dijo éste, desenganchándose de la pared.Sus ojos la recorrieron de arriba abajo perezosamente, como las garras acariciadoras de un gato—.Pero necesita algo extra.—¿Asà que ahora eres un experto en moda? —replicó Clary.Su voz brotó irregular; él estaba de pie muy cerca de ella, lo bastante cerca como para sentir su calidez y oler el tenue aroma a quemado de Marcas recién aplicadas.Jace se sacó algo de la chaqueta y se lo entregó.Era una daga larga y fina en una funda de cuero.En la empuñadura de la daga habÃa incrustada una única piedra roja tallada con la forma de una rosa.Ella negó con la cabeza.—Ni siquiera sabrÃa cómo usar eso.Él se la puso en la mano y le hizo curvar los dedos a su alrededor.—Aprenderás.—Bajó la voz—.Lo llevas en la sangre.Ella apartó la mano lentamente.—De acuerdo.—PodrÃa darte una funda de muslo para guardarla —ofreció Isabelle— Tengo toneladas.—Ni hablar —soltó Simon.Clary le lanzó una mirada irritada.—Gracias, pero no soy realmente la clase de chica que lleva un cuchillo en el muslo —declaró y metió la daga en el bolsillo exterior de la mochila.Alzó la mirada después de cerrarlo y se encontró con Jace que la observaba con ojos entrecerrados.—Y una última cosa —dijo él.Alargó la mano y le retiró las centelleantes horquillas de los cabellos, de modo que estos le cayeron en cálidos y gruesos rizos por el cuello.La sensación de los cabellos haciéndole cosquillas en la piel desnuda le resultó desconocida y curiosamente agradable.—Mucho mejor —dijo Jace, y esa vez a ella le pareció que tal vez su voz sonaba también ligeramente irregular.La fiesta del hombre muertoLas indicaciones de la invitación los condujeron a un vecindario industrial de Brooklyn, cuyas calles estaban bordeadas de fábricas y almacenes.Algunos, Clary pudo advertir, habÃan sido convertidos en lofts y galerÃas de arte, pero aún habÃa algo intimidatorio en sus imponentes formas cuadradas, que mostraban sólo unas pocas ventanas cubiertas de rejas de hierro.Se encaminaron hacia allà desde la estación de metro, con Isabelle navegando con el sensor, que parecÃa disponer de una especie de sistema cartográfico incorporado.Simon, que adoraba los chismes, estaba fascinado., o al menos fingÃa que era el sensor lo que le fascinaba.Con la esperanza de evitarlos, Clary se rezagó cuando cruzaron un parque cubierto de maleza, cuyo césped mal cuidado estaba requemado por el calor del verano.A su derecha, las agujas de una iglesia relucÃan grises y negras recortadas en un cielo nocturno sin estrellas.—No te quedes atrás —dijo una voz irritada en su oreja; era Jace, que se habÃa rezagado para andar junto a ella—, no quiero tener que estar mirando todo el rato atrás para asegurarme de que no te ha sucedido nada.—Pues entonces no lo hagas.—La última vez que te dejé sola, un demonio te atacó —indicó él.—Bueno, desde luego odiarÃa interrumpir vuestro agradable paseo nocturno con mi muerte repentina.Él pestañeó.—Existe una fina lÃnea entre el sarcasmo y la franca hostilidad, y parece que la has cruzado.¿Qué sucede?—Esta mañana —replicó ella, mordiéndose el labio—, unos tipos extraños y repulsivos han estado hurgando en mi cerebro.Ahora voy a conocer al tipo extraño y repulsivo que originalmente hurgó en mi cerebro.¿Qué sucede si no me gusta lo que él encuentre?—¿Qué te hace creer que no te gustará?Clary se apartó los cabellos de su piel pegajosa.—Odio cuando respondes a una pregunta con otra pregunta.—Mentira, te parece encantador.De todos modos, ¿no preferirÃas conocer la verdad?—No, quiero decir, tal vez.No lo sé.—Suspiró—.¿QuerrÃas tú?—¡Ésta es la calle correcta! —gritó Isabelle, un cuarto de manzana por delante de ellos.Estaban en una avenida estrecha bordeada de viejos almacenes, aunque la mayorÃa mostraban señales de estar habitados: jardineras llenas de flores, cortinas de encaje ondeando en la bochornosa brisa nocturna, cubos de basura de plástico numerados y apilados en la acera.Clary entrecerró con fuerza los ojos, pero no habÃa modo de saber si se trataba de la calle que habÃa visto en la Ciudad de Hueso., en su visión habÃa estado casi desdibujada por la nieve.Notó que los dedos de Jace le rozaban el hombro.—Rotundamente.Siempre —murmuró él.Clary le miró de soslayo, sin comprender.—¿Qué?—La verdad —contestó Jace—.QuerrÃa.—¡Jace!Era Alec.Estaba de pie en la acera, no muy lejos; Clary se preguntó por qué su voz habÃa sonado tan fuerte.Jace volvió la cabeza, retirándole la mano del hombro.—¿SÃ?—¿Crees que estamos en el lugar correcto?Alec señalaba algo que Clary no podÃa ver; estaba oculto tras la mole de un enorme coche negro.—¿Qué es eso?Jace se reunió con Alec; Clary le oyó reÃr.Rodeando el coche, la muchacha vio qué era lo que miraban: varias motocicletas, elegantes y plateadas, con un bastidor bajo negro.Tubos de aspecto oleaginoso culebreaban ascendiendo y rodeando los vehÃculos, hinchados como venas
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