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.No hay alternativa.Partir.Partieron.Una ola los tiró contra la roca.Volvieron a caer y rebotaron contra la roca deenfrente.Volvieron a caer contra el fondo.El choque fue tal, que el hombre que tenía lacabeza dada vuelta hacia la popa tuvo los cuatro incisivos inferiores rotos.Aulló de dolor,escupió sus dientes y sangre.El otro no oía nada.Dentro de sus anteojos receptores veíael horror desencadenado.El viento arrancaba la superficie del mar y la lanzaba, todablanca, hacia el azul del cielo.En el momento en que recaía, crispó sus dos manos sobreel comando de aceleración.La parte de atrás del huso de acero abollado escupió unenorme chorro de fuego y saltó dentro de las olas propulsado al máximo de su propiaenergía.Pero el chorro ya no era derecho.Los choques contra las rocas habían torcido la toberade escape.El chorro se desviaba hacia la izquierda y rugía en tirabuzón.El submarino sepuso a retorcerse sobre sí mismo como una mecha, pegando a los dos hombres contrasus paredes, viró en cien grados, y se echó contra una muralla de hielo.Penetró en ella laprofundidad de un metro.Se desmoronó sobre él y lo destrozó.El viento y el mar sellevaron en una espuma roja a los desechos de carne y metal.Las cámaras de los dosaviones cohete registraron y expidieron la imagen del choque y de la dispersión.La base hormigueaba.Los sabios, los cocineros, los barrenderos, los enfermeros, lasmucamas habían arrojado apresuradamente tus más preciadas pertenencias en las valijasdistendidas, y huían de EPI 2 y 3.Los snowdogs los recogían a la salida de lasconstrucciones y los transportaban hasta las entradas de EPI 1.En el corazón de lamontaña de hielo, retornaban aliento, su corazón se calmaba, se sentían seguros.Secreían.Maxwell sabía bien que no era cierto.Aun si la Pila no explotaba, si estaba solamentefisurada y m ponía a escupir sus líquidos y gases mortíferos, el viento los iba a llevar yembadurnar el paisaje hasta la montaña de hielo que los pararía en su carrera horizontal yse atiborraría con ellos.El viento, aquí, soplaba más o menos fuerte.Pero siempresoplaba en la misma dirección.Del centro del continente hacia el borde.De EPI 2 haciaEPI 3.Inexorablemente.Ya no iba salir nadie de las galerías de la montaña.Yrápidamente, las radiaciones entrarían por el sistema de ventilación que atrapaba el airepor medio de veintitrés chimeneas.Se daría el lujo de recoger al mismo tiempo todas lasporquerías carcomidas y vomitadas por la Pila reventada.Maxwell repitió con calma:- ¡Es muy simple.Hay que evacuar.- ¿Cómo? Ningún helicóptero podía salir al aire.Los Snowdogs, si acaso, podíanpenetrar en la tormenta.Había diecisiete de ellos.- Había que guardar tres para Coban Eléa y los equipos de reanimadores.- Más bien cuatro, irán apretados.- Mejor, eso mantiene caliente.- Quedan trece.- Mal número.- No seamos estúpidos.- Trece o pongamos catorce, a diez personas por vehículo.- ¡Pondremos veinte!- Bueno, veinte.Veinte veces catorce, ¿hace.hace cuánto?- Doscientos ochenta.- El efectivo de la base, desde el fin de los trabajos grandes, está reducido a milsetecientos cuarenta y nueve personas.¿Eso hace cuántos viajes? Mil setecientoscuarenta y nueve dividido por doscientos ochenta.- Siete u ocho, pongamos diez.- Bueno, es factible.Se organiza un convoy, los snowdogs van a depositar suspasajeros y vuelven a buscar otros.- ¿Adónde van a depositar a sus pasajeros?- ¿Como dónde?- El refugio más cercano es la base Scott.A seiscientos kilómetros.Si no tienendificultades, necesitarán dos semanas para llegar.Y si los depositan fuera del refugio, secongelarán en tres minutos.A menos que el viento se calme.- Entonces?- Entonces.- ¡Esperar! ¡Esperar! cuando puede estallar.- ¿Qué se sabe?.- ¿Cómo qué se sabe?- ¿Quién ha dicho que las minas iban a explotar, aun si no se las tocaba? Es Lukos.¿Quién nos prueba que ha dicho la verdad? No explotarán quizá si no se las zarandea.¡No las maltratemos! Y aun si revientan ¿quién nos asegura que la Pila sufrirá deterioros?Maxwell, ¿puede usted afirmarlo?- Ciertamente que no.Afirmo solamente lo que temo.Y pienso que hay que evacuar.- ¡Puede ser que no se mueva nada, su Pila! ¿Usted no puede hacer algo? ¿Protegerlamás? ¿Quitar el uranio? ¿Vaciar los circuitos? ¿Hacer algo, pues?Maxwell miró a Rochefoux, que le hacía esa pregunta, como si le hubiese pedido sipodía, levantando las narices, sin moverse de su silla, escupir sobre la luna.- Buenos.bueno.no puede, ya me lo imaginaba, una Pila es una Pila.Y bien,esperemos.La tregua.Los levanta minas.Los levanta minas van a llegarseguramente.Pero la calma.- ¿Dónde están esos malditos levanta minas?- El más cercano está a tres horas.Pero se posará ¿cómo?- ¿Qué dice la oficina meteorológica?- La meteorológica, somos nosotros quienes le suministramos las informaciones parasus previsiones.Si le anunciamos que el viento se calma, ella nos dirá que hay unamejoría en el tiempo.A lo largo del hombre envuelto, acostada contra él, Eléa esperaba, tranquila, lo! ojoscerrados.Su brazo izquierdo estaba desnudo, y el brazo del hombre tenía destapadoalgunos centímetros a la altura del pliegue del codo.Los cuatro centímetros al descubiertoestaban marcados por placas rojas de quemaduras en vía de cicatrización.Estaban todos ahí los seis reanimadores, sus asistentes, los enfermeros, los técnicos, ySimon.Nadie tuvo ni por un instante la idea de ir a ponerse a salvo en la montaña dehielo.Si las minas y la Pila estallaban, ¿qué le pasaría a la entrada del Pozo? ¿Podríanalguna vez volver a salir? Ni pensar en esto.Habían venido de todos los horizontes de latierra para volver a la vida a este hombre y a esta mujer, habían tenido éxito con la mujer,tentaban con el hombre la operación de la última posibilidad dentro de los límites de untiempo desconocido.Disponían quizá de algunas horas, quizá de algunos minutos, no losabían, no había que perder un segundo, y no comprometer nada apresurándose.Estaban todos ligados a Coban por los lazos del tiempo, para el éxito o para el fracaso,quizá la muerte.- Cuidado, Eléa - dijo Forster -, relájese.La voy a pinchar un poco, no le va a doler.Pasó sobre el pliegue del codo un algodón impregnado de éter, y hundió la aguja huecaen la vena hinchada por el torniquete.Eléa no se había estremecido.Forster quitó eltorniquete.Moissov puso el transfusor en marcha.La sangre de Eléa, bermeja, casidorada, apareció en el tubo de plástico.Simon tuvo un estremecimiento, y sintió su pielerizarse.Sus piernas se aflojaron, sus oídos zumbaron y todo lo que veía se volvióblanco.Hizo un enorme esfuerzo sobre al mismo, para quedarse de pie, y nodesplomarse.Los colores retornaron a su vista, su corazón latió violentamente y recobrósu ritmo.El difusor anunció en francés:- Acá Rochefoux.Una buena noticia: el viento disminuye.La velocidad de la últimaracha: doscientos ocho kilómetros por hora.¿En qué están?- Empezamos - dijo Labeau -.Coban va a recibir las primeras gotas de sangre enalgunos segundos.Al mismo tiempo que contestaba, despejaba las sienes del hombre momia, limpiabacon delicadeza la piel quemada, y le ceñía la cabeza con un círculo de oro.Le tendió elotro a Simon
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